sábado, 17 de agosto de 2013

Un paso en falso no es caída

Marcelo De Angelis

A pesar del clima de fin de ciclo que pretenden imponer desde el establishment mediático, la iniciativa sigue siendo del kirchnerismo. El experimento Massa y el mensaje de las urnas.


Las PASO confirmaron que el kirchnerismo es la principal fuerza política del país. Es cierto que en la Argentina del siglo XXI, toda fuerza política es el resultado de una alianza frágil, dinámica e inestable, pero la alianza que sostiene al oficialismo ha conseguido llegar a este momento con un piso electoral de un 26 por ciento y presencia en todos los distritos, a pesar de sufrir sangrías, deserciones y ataques sistemáticos por parte de la maquinaria de propaganda del establishment. De repetirse este escenario en octubre, el oficialismo sumaría cinco diputados que, junto a los aliados parlamentarios, le permitiría mantener una mayoría en esa cámara.

Esta especulación numérica sirve para disipar el clima de fin de ciclo que pretenden imponer desde la hegemonía de las corporaciones mediáticas.
Sin embargo, las PASO claramente significaron una derrota para el kirchnerismo. Nada de que asustarse, pero sí muchas cuestiones para atender. En política no hay empate, se avanza o se retrocede, y esta suerte de “encuesta nacional” significó un retroceso para el oficialismo. Se perdieron votos, distritos, y emergieron algunos candidatos que le permiten al establishment entusiasmarse hacia el 2015 con la definitiva desaparición del kirchnerismo. Porque lo que se juega en cada elección es eso, no la alternancia tan declamada por los editorialistas corporativos, sino el exterminio de la experiencia K y la restauración del neoliberalismo.

Tarde o temprano, el establishment local y trasnacional conseguirá su objetivo de encolumnar a la fragmentada oposición detrás de un candidato único, y es muy probable que el 2015 sea la oportunidad, cuando el kirchnerismo se encuentre en situación de debilidad relativa por la necesidad de instalar a la figura que tenga que suceder a Cristina. Salvando las distancias, un escenario similar al que se dio en Venezuela tras el fallecimiento de Hugo Chávez y el lanzamiento de Nicolás Maduro a la Presidencia. La oligarquía ya tiene el programa escrito, sólo les resta resolver las contradicciones internas de los sectores de poder y destinar todos los recursos hacia esa figura.

Massa emerge como el nuevo experimento, el Capriles argentino. Después de varias pruebas de ensayo-error, han configurado un candidato semi opositor, que no confronta, que reivindica ciertos logros del kirchnerismo y se propone como superador de sus defectos. Sí a la AUH, no a la reelección indefinida. Sí al costado social, no a su voracidad insaciable.
La estrategia es acertada. Algún día tenían que darse cuenta que la oposición feroz es rechazada por un Pueblo que ha ratificado las principales políticas del oficialismo desde hace diez años. ¿Por qué entonces esta fuga de votos al igual que en el 2009?

Las respuestas son múltiples y todas se encuentran en el propio oficialismo. Es cierto que la implacable maquinaria de propaganda del establishment ha conseguido instalar parte de sus intereses en el imaginario colectivo, pero adjudicar el resultado a un problema de comunicación sería ingenuo y un acto de autocomplacencia. El experimento Massa puede resultar seductor en términos marketineros, pero no estamos en la época dorada del paraíso neoliberal. Hoy, la política y el Estado están en el centro de la escena, y hacia ellos van dirigidas las demandas y las esperanzas del Pueblo.

CFK, con la lucidez política y militante que la caracteriza, comprende esto en toda su dimensión. Sabe que la Argentina se encamina hacia una pelea de fondo, que ella está en el centro del ring y del otro lado, camuflados detrás de sus pantallas políticas, sindicales y mediáticas, están los dueños del poder económico y financiero. Detrás de Massa, Macri, Carrió y compañía, están los principales holdings que manejan los sectores estratégicos de la economía, concentran la porción mayoritaria de la riqueza y se niegan a generar empleo y aumentar la participación del salario en el PBI. "Quiero discutir las cosas importantes con la UIA, los bancos, los sindicatos, los verdaderos actores económicos, y no con el banco de suplentes que ponen en la listas", dijo durante su discurso en Tecnópolis.

El mensaje también lo recibieron en el bunker del Grupo Clarín. El domingo por la noche, al finalizar las PASO, Jorge Lanata, envalentonado por los resultados, lanzó un mensaje mafioso a la Presidenta: “A Cristina le faltan dos años. Dos años es mucho tiempo. De ella y solo de ella depende que estos dos años que faltan sean una transición tranquila o un caos”. El culata de la cossa nostra mediática tiene la esperanza de poder confrontar algún día con CFK, pero la discusión no es para suplentes. El auténtico Padrino prepara el asalto final con la caída definitiva de la Ley de Medios. La máxima representación de la corporación judicial, la Corte Suprema, cree que la relación de fuerzas se ha inclinado a favor del establishment mediático después de las PASO, y se encamina a darle el golpe de nocaut a las pretensiones de democratizar la libertad de prensa, así como anteriormente paralizó las pretensiones de democratizar el acceso la justicia. Para ello ha montado un simulacro de participación ciudadana, convocando a una audiencia pública para el 28 de agosto en la que pondrá en relación de paridad al Gobierno nacional y al Grupo Clarín para que defiendan sus posiciones respecto de la validez constitucional de la ley. Un mamarracho institucional que se burla de todos los principios institucionales y democráticos.

El resultado de las PASO muestra claramente que no existe un rechazo generalizado al kirchnerismo, sino que fue la expresión de un reclamo. Lo confirma el hecho de que el único capaz de capitalizar una parte del voto oficialista fue un candidato que le reconoce méritos, pretendiendo ser su continuación y superación, y que el candidato cuyo mensaje imponía la opción “Ella o Vos” vio cómo la mayor parte de su anterior caudal de votos era recibido por el joven conciliador.

Pero el mensaje de las urnas fue contundente y merece ser atendido en toda su dimensión. Muchos kirchneristas creen que es el resultado de sectores “desagradecidos” que no valoran los logros de estos diez años. Sin embargo esos mismos logros son los que establecen un piso de satisfacción y hacen que los reclamos se enfoquen hacia demandas no resueltas, demandas más distanciadas del histórico temor al desempleo, relacionadas a la imposibilidad de ahorro, a la erosión del salario por los aumentos de precios, a la inseguridad ciudadana y a la baja calidad del transporte y la salud pública, entre otros.

Algunas de estas demandas tienen que ver con la defectuosa gestión del Estado Nacional, los estados provinciales y municipales. Otras, con los límites que imponen los sectores de poder económico a la generación de empleo y a la capacidad de acumulación y distribución por parte del Estado. Algunas otras están relacionadas con el modelo económico tal como está planteado hasta ahora. Los reclamos siempre van dirigidos hacia aquellos en quienes se reconoce capacidad para dar respuesta, por eso ninguno de los cantos de sirena de una oposición vaciada de contenido político puede capitalizar y dirigir el descontento.
En los próximos meses se verá si el desafío lanzado por Cristina Fernández es el intento de imponer nuevas reglas al establishment o si por el contrario es una invitación a consensuar medidas más equitativas. La experiencia demuestra que esos sectores nunca admiten por consenso reglas que perjudiquen su capacidad de acumulación.


De todas maneras, la iniciativa sigue siendo de la Presidenta, pero la penetración del establishment en la estructura del kirchnerismo acota su margen de maniobra. Hacen falta, por lo tanto, medidas muy audaces que desafíen a propios y ajenos, consoliden las alianzas y empequeñezcan las figuras surgidas del experimento electoral. Nada de esto es nuevo para la Presidenta. A pesar del pánico de los fans y la fuga de los oportunistas, para el kirchnerismo el desafío sigue siendo el mismo que en el 2003: resolver los problemas reales de las personas reales, atravesando las barreras impuestas por los sectores de privilegio, las burocracias sindicales y estatales, las mafias territoriales y las oligarquías económicas, financieras y mediáticas. Su permanente voluntad de profundizar ese rumbo hace que, diez años después, siga siendo el gran protagonista.

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